En Naciones Unidas, el presidente Trump pidió a otras naciones que respeten la soberanía de Estados Unidos y, a cambio, no les dirá “cómo vivir, trabajar o rendir culto»
Insultó e ignoró a los aliados democráticos tradicionales. Y provocó la risa burlona de los líderes reunidos por afirmar que «en menos de dos años, mi administración ha logrado más que casi cualquier administración en la historia de nuestro país». En esto, Trump solo estaba siendo Trump.
Sin embargo, hay que decir que Trump hizo algo notable y fuera de lugar en las Naciones Unidasel martes: fue consecuente con su visión global.
Sus propios amigos y su personal más cercano no piensan que Trump sea muy inteligente, coherente o consistente, según Bob Woodward. Cualquiera que siga su cuenta de Twitter o sus encuentros diarios con la prensa ha sido testigo de la vertiginosa velocidad con la que el Presidente se contradice, con gran convicción, independientemente de su posición del momento… que podría cambiar nuevamente antes de acostarse.
Sin embargo, durante su discurso en las Naciones Unidas, mostró, sin duda, coherencia de pensamiento y expresión con su discurso de 2017 ante la Asamblea General: en una palabra, su obsesión por el concepto de soberanía.
Trump usó la palabra al menos diez veces este año. El año pasado la usó 9. En una solución sorprendentemente coherente y consistente (y concisa), el Presidente declaró: «Respeto el derecho de cada nación en esta sala a seguir sus propias costumbres, creencias y tradiciones. Estados Unidos no les dirá cómo vivir, trabajar o rendir culto. Solo pedimos que, a cambio, respeten nuestra soberanía».
Metternich y Bismarck, los precursores de la realpolitik moderna deben haber chocado sus palmas en la tumba. El único problema es que gran parte del resto del discurso de Trump no apoyaba lógicamente este claro principio de veneración de la soberanía.
Comencemos con Irán. Claramente, el presidente no cree que Irán tenga el derecho soberano de enriquecer material nuclear. «No podemos permitir que un régimen que grita ‘Muerte a Estados Unidos», y que amenaza a Israel con la aniquilación, posea los medios para lanzar una ojiva nuclear a cualquier ciudad de la Tierra. Simplemente no podemos hacerlo. Pedimos a todas las naciones que aislen al régimen de Irán mientras continúe su agresión».
¿Qué pasó con lo de no decirles a otros países cómo «vivir, trabajar o rendir culto»?
Más cerca de casa, Trump hizo poco por mantener su propia imposición de respetar la soberanía de Venezuela. «Todas las naciones del mundo deben resistir el socialismo y la miseria que trae aparejada. En ese espíritu, pedimos a las naciones reunidas aquí que se unan a nosotros para pedir la restauración de la democracia en Venezuela».
Estoy totalmente de acuerdo con la declaración del Presidente sobre Venezuela y el sufrimiento innecesario que un régimen socialista ha traido a su propio pueblo. ¿Pero acaso el Presidente no pidió respetar lo que otras naciones soberanas hacen dentro de sus propias fronteras?
En múltiples ejemplos que abarcan casi todo el mundo, Trump lanzó críticas a los regímenes que torturan, violan los derechos humanos, persiguen a las minorías religiosas, confiscan los derechos democráticos a través de gobiernos antiliberales y autoritarios… todo dentro de sus… fronteras soberanas.
Más aún, pidió actuar para detenerlos. Suena como un policía del mundo, ¿no?
Al tiempo que denunció a instituciones multilaterales como la ONU y la Corte Penal Internacional (CPI) como infractores de la soberanía, Trump alabó las nuevas y constantes sanciones unilaterales sobre Venezuela, Irán y Corea del Norte. Y animó a otras naciones a seguir el mismo camino.
De modo que si bien la defensa de la soberanía era el lema retórico principal de su discurso, los análisis específicos y las propuestas que el Presidente lanzó contradecían su principio rector.
Para aquellos que esperaban la marca registrada de Trump, sus brutales contradicciones, hubo algunas gemas.
Después de reprender a las naciones de la OPEP por «estafar al mundo… no es bueno», derramó elogios sobre Arabia Saudita, el rey Salman, el príncipe heredero y su agenda de reformas. Condenó apropiadamente la crisis de refugiados de Venezuela… solo unos pocos días después de que Estados Unidos bajó el límite de refugiados admitidos a los niveles más bajos de los últimos años. En efecto, «Maduro malo; refugiados venezolanos tristes; reasentamiento en Estados Unidos prohibido».
Lo que el Presidente y sus asesores no logran comprender es que un orden basado en reglas internacionales es un conjunto voluntario de códigos, no un gobierno global.
La Administración de Obama nunca se inscribió en la CPI porque, como líder mundial con hombres y mujeres desplegados por todo el mundo, con y sin uniforme, Estados Unidos tiene un riesgo mucho mayor de enjuiciamiento no soberano que cualquier otra nación. Además, Estados Unidos tiene capacidades procesales militares y civiles bastante fuertes en casa, como Trump está descubriendo. Para una dictadura como la de Venezuela, que dentro de los confines de su estado soberano casi ha borrado el sistema judicial libre, justo y transparente, la CPI es todo lo que queda para investigar y enjuiciar a los líderes corruptos que han ssaqueado a una nación rica y han llevado el hambre a su gente.
Mientras que el Presidente y su equipo de seguridad nacional merecen un poco de crédito por enunciar una visión coherente, que recuerda la famosa «Política de Avestruz» de la dinastía del PRI en México, con su cabeza clavada en el suelo para no ver lo que otras naciones estaban haciendo, al final, Trump siguió de manera bastante consistente a los líderes anteriores de Estados Unidos en la ONU. Les dijo a otras naciones lo que deberían hacer y cómo deberían hacerlo.
La diferencia radical fue la preferencia de Trump por las amenazas sobre la colaboración y la diplomacia internacional.
Y eso hace que Estados Unidos sea fundamentalmente más débil, no más fuerte.
Fuente: Univision Noticias